Los millonarios del mundo
se hicieron más ricos en el 2013 gracias a los serviles “doptores” que
contratan. ¡Qué devuelvan lo que les sobre, lo que se robaron! ¿Y qué se
robaron? Pues, lo que les sobre y a otros les falte. Y que lo devuelvan SIN
FILANTROPÍA NI CARIDAD: SIN HIPOCRESÍA, como condición para que sigan en
libertad pero sin acumular sin límites… o que descansen y caminen otros
senderos lúdicos: que pinten, que escriban, que… vivan y dejen vivir. Es falso
que hayamos venido a este mundo a “trabajar, trabajar y trabajar” como lo
afirma esa loca cosa que vocifera estupideces por ahí.
Amigos, tal
como practicó Chávez, ante el que actúa, posa o pasa o se cree rey, emperador, tirano
o poderoso capo a uno lo pueden matar o se puede morir pero no se puede callar
ni aún después de muerto. Es mentira que un hombre que eructa, escupe, saca
mocos, caga, pee, orina, hiede, traga, suda y hace el sexo como un animal,
tenga sangre real… pues el azul de su sangre no es por nobleza ni porque exuda
libertad por todos sus poros y acciones sino porque la tiene y mantiene
envenenada porque este ignorante heredero o asaltante no sabe ni respirar,
envenenando así su cerebro, sus sesos y su corazón de idiota que vive en Babia
con instintos asesinos y criminales en todas sus células podridas por falta de
oxígeno.
En cuanto alguien comprende que obedecer
leyes injustas es contrario a su dignidad de hombre, ninguna tiranía puede
dominarle.
Mahatma Gandhi.
Amigos, un artículo y un comentario para reflexionar y
animarnos en lo que estamos haciendo. eco katío
Instituciones de la cultura libre
El
verdadero saber –nos dice Gabriel Zaid– no está en las aulas, ni en las
universidades, está en los libros. Las burocracias culturales estrangulan al
arte. Marx, Freud, Einstein, Picasso, Le Corbusier, que marcaron las tendencias
dominantes del siglo XX, crearon y pensaron por su cuenta y riesgo, en
libertad.
Las instituciones culturales
fueron naciendo en la memoria, la corte, el campus, la tertulia, la imprenta,
desde la prehistoria hasta el Renacimiento.
La primera
fue la tradición. Es una institución que conserva y recrea de memoria las
innovaciones (generalmente anónimas) de la cultura popular. Sigue vigente en el
habla, las creencias y muchas prácticas de la vida cotidiana.
La cultura
superior aparece en las cortes de la Antigüedad. Refina la cultura popular y
acelera la innovación. Nace libre, pero pronto queda bajo la tutela del
monarca.
La
educación superior también nace libre, en la Edad Media, pero pronto queda bajo
la tutela de la Iglesia. Las primeras universidades fueron cooperativas de
estudiantes que, en vez de tomar clases particulares en casa del maestro,
contratan una casa, bedeles que la cuiden y maestros que vayan a dar clases.
Las cosas se complican cuando adoptan la figura de gremios (primero de estudiantes
y luego de maestros) que definen quiénes saben y quiénes no, quiénes tienen
derecho a ejercer y quiénes no, como los gremios de artesanos.
El
monopolio gremial anduvo suelto como un poder autónomo hasta que fue sometido a
la tutela del poder vertical. El Estado combate la tutela eclesiástica, no para
liberar el saber, sino para imponerle su propia tutela: un monopolio que
autoriza o no los libros de texto, los programas de enseñanza, las profesiones
y la cultura oficial.
La
universidad se vuelve dominante por su relación con el poder, primero de la
Iglesia y luego del Estado, que le da autoridad para establecer quién sabe y
quién no sabe; y, por lo mismo, quién sube y quién no sube. La universidad
administra las credenciales del saber para subir. El Estado descalifica y puede
encarcelar como “usurpador de profesión” a quien ejerza como cirujano sin
credenciales universitarias debidamente registradas.
La cultura
libre nace en el mundo comercial. Gutenberg era empresario, Leonardo
contratista, Erasmo freelance.
Nace al margen de la universidad, y hasta en contra. Erasmo, Descartes y
Spinoza rechazaron dar cátedra universitaria. No querían ser profesores, sino
contertulios y autores. Frente al saber jerárquico, autorizado y certificado
que se imparte en las universidades, prefirieron la conversación y la lectura.
Las
academias nacen como tertulias de aficionados a leer, en el Renacimiento: como
instituciones de la conversación entre iguales, no como membresías ostentables
en el currículo.
La
universidad no es académica. Adoptó el adjetivo
para adornarse, cuando las academias se volvieron prestigiantes. No solo eso:
trata de apoderarse de las academias, como fuente de prestigio para las
carreras burocráticas internas de la universidad.
La
conversación libre de las academias pasa de la tertulia a la imprenta: una
tertulia invisible que se reúne sin necesidad de un lugar y momento de reunión.
Eso abre el diálogo a los contertulios lejanos en el espacio y en el tiempo.
Quizá por
lo indefinido de quiénes, dónde y cuándo participan en la tertulia invisible,
la institución editorial no es vista como institución, a diferencia de la
universidad, que tiene edificios monumentales y presupuestos monumentales.
La cultura
libre prospera en la animación y dispersión del diálogo y la lectura libre: las
imprentas, librerías, editoriales, revistas, cafés, tertulias, salones,
academias; los teatros, grupos de músicos, cantantes y danzantes, casas de
música, galerías, talleres de arquitectos, pintores, escultores, orfebres. Prospera
en las microempresas de discos, radio, cine y televisión, mientras son
artesanales: no integradas a monopolios mediáticos. Prospera en los blogues y
otras formas de publicación en la internet, que nació del Estado, pero se
volvió un instrumento de la cultura libre, a pesar de intentos de control
vertical.
Por esta
misma dispersión y fragmentación, la cultura libre no es vista como
institución: como una especie de República Creadora. Y, sin embargo, es la
principal institución creadora y difusora de innovaciones desde el
Renacimiento. Es el centro sin centro de la cultura moderna, más importante
para la innovación que las grandes universidades.
Las
influencias dominantes del siglo XX (Marx, Freud, Einstein, Picasso,
Stravinsky, Chaplin, Le Corbusier) nacieron de la libertad creadora de personas
que trabajaban en su casa, en su consultorio, en su estudio, en su taller.
Influyeron por la importancia de su obra, no por el peso institucional de su
investidura. Tenían algo importante que decir y lo dijeron por su cuenta,
firmando como personas, no como profesores, investigadores, clérigos o
funcionarios.
La cultura
libre es una institución invisible y ácrata: sin gobierno, territorio o
edificios que manifiesten visiblemente su importancia, como la Iglesia, el Estado,
la universidad, los consorcios mediáticos y las trasnacionales. No puede
ofrecer altos empleos, ni emprender por su cuenta proyectos que requieran
grandes presupuestos. No tiene representantes autorizados, ni los avala con
investiduras oficiales. Opera en el mundo de los freelance, las microempresas
y las microinstituciones, en el espacio dialogante de la sociedad civil.
Los altos
empleos aparecen con el Estado y se extienden a la Iglesia, las grandes
empresas y las grandes instituciones. Desde el siglo XIV, se legitiman con certificados de
saber, y el saber universitario se orienta a hacer carrera trepadora. Los
graduados se apoderan, en primer lugar, de la Iglesia; después, del Estado; y,
finalmente, de todas las grandes estructuras de poder.
Algo tienen
las burocracias (militares, cortesanas, eclesiásticas, estatales,
universitarias, mediáticas, empresariales y sindicales) que desanima la
creatividad. Las estructuras jerárquicas se llevan mal con la libertad
creadora. Tienden al centralismo y la hegemonía. Desconfían de las iniciativas
que no se rigen by
the book. La animación creadora prospera sobre todo en
microestructuras que andan sueltas, y que las burocracias tratan de integrar,
atrayéndolas o intimidándolas.
La
Academia Francesa proviene de una tertulia a la cual se hizo invitar (a fuerza)
Richelieu, que le dio un carácter oficial, presupuesto y un proyecto por demás
razonable: hacer un diccionario de la lengua. La destruyó como tertulia. Cien
años antes, Francisco I retrasó la creación del Collège de France (concebido
desde el Estado contra la hegemonía de la universidad) porque veía la
importancia de reclutar a Erasmo, que andaba suelto y, finalmente, prefirió
seguir suelto.
Justo
Sierra, deseoso de coronarse y coronar el régimen de Porfirio Díaz con las
fiestas del Centenario, integró verticalmente un paquete de escuelas que ya
existían y declaró fundada la Universidad Nacional. A su vez, la Universidad ha
ido infiltrando academias sueltas hasta integrarlas a su órbita.
Einstein
fue reclutado por la Universidad de Berna cuando ya había publicado su primera
teoría de la relatividad. El marxismo y el psicoanálisis no salieron de las
universidades: entraron, después de acreditarse en el mundo de la lectura
libre. Tampoco la obra de Picasso, Stravinsky, Chaplin y Le Corbusier salió de
las universidades: entró.
Recientemente,
John Craig Venter, impaciente con la burocracia del Human Genome Project (que
el gobierno de los Estados Unidos inició con un grupo de universidades), se
lanzó como empresario para demostrar lo que negaban: que se podía lograr en
menos tiempo y con menos dinero. Sus innovaciones científicas entraron a las
universidades una vez que su empresa (Celera Genomics) las estableció, fuera
del mundo universitario.
El poder
económico de las universidades, sus grandes presupuestos y edificios, su
capacidad monopsónica para reclutar talentos que no tienen mercado en el mundo
comercial y sus campañas de relaciones públicas y cabildeo les sirven para
presentarse como la institución central de la cultura. Y no faltan los
convencidos (paradójicamente) de que la institución medieval es el centro de la
cultura moderna.
No lo es. En primer lugar, porque
la enseñanza superior no es lo mismo que el desarrollo de la cultura superior.
La universidad puede generar innovaciones en sus departamentos de investigación
y extensión cultural, si los tiene y los apoya, pero está centrada en la
educación. En segundo lugar, porque la institución del saber jerárquico,
autorizado y certificado no es el medio ideal para la creatividad; menos aún si
la institución es gigantesca, burocratizada y sindicalizada. En tercer lugar,
porque la universidad conserva el eclesiástico desprecio del mundo comercial:
el lugar de origen de la cultura moderna. ~
Sobre “Instituciones de la cultura libre”, de Gabriel Zaid (núm. 173)
Junio
2013 | Tags:
Se puede debatir
ampliamente sobre las ventajas y desventajas de la institucionalización de la
cultura por el Estado, incluso por la iglesia en épocas pasadas, tema muy
provocativo que ha sido destacado por Gabriel Zaid en “Instituciones de la
cultura libre”. La universidad del Estado puede entenderse como un intento por
democratizar el acceso a los medios académicos (cátedras, libros, conferencias,
experimentación, etc.), para que cualquier ciudadano pueda desarrollarse,
idealmente en función de sus propios intereses y capacidades, y que
eventualmente le permita rendir algunos frutos culturales o de otras índoles;
esto podría considerarse justo. Aunque Einstein desarrolló su teoría de la
relatividad en solitario en una oficina de patentes, antes tuvo que recibir una
formación académica básica en la Escuela Politécnica Federal de Zúrich. A
manera de ejemplo, puede considerarse un extremo de la institucionalización de
la cultura por el Estado el que Cárdenas –a través de Vasconcelos– coadyuvara
al surgimiento de un muralismo oficialista ideologizante. Desafortunadamente en
el siglo xxiMéxico
padece otras secuelas de la institucionalización de la cultura al extremo: la
autoevaluación, el autoelogio y el autopremio por las universidades autónomas
que ha dado lugar a una casta de académicos “trepadores” (término más que
exacto de Gabriel Zaid), donde se consigue ascender en el escalafón salarial a base
de la suma de puntos por actividades, muchas de ellas de antemano remuneradas
(impartición de clases, investigación científica, etc.), incluso otras que son,
ya de por sí, privilegios, como el turismo académico subvencionado por la
participación en reuniones académicas nacionales e internacionales. Las
publicaciones rinden jugosos puntos, pero estas se juzgan en función de su
cantidad y eventualmente del propio prestigio de la revista que aceptó
publicarlos, y no tanto como consecuencia de su verdadero impacto en el avance
de la cultura humana, que sería el parámetro de mayor objetividad. ~